En educación los libros deben ser para todos. No son admisibles exclusiones.
La revolución tecnológica y el proceso de la digitalización masiva que vivimos nos cambia nuestros hábitos a pasos agigantados. La fotografía, el cine, la música, la literatura son ya terreno invadido. Trabajamos de forma diferente, compramos de otra manera, y nos relacionamos en la distancia geográfica con una proximidad e inmediatez que aún no sabemos asimilar.
Toda esta imparable revolución conquista también la vida académica de los escolares y, los libros de texto tal y como los conocemos, en unos pocos años serán parte de la historia.
Seguro será un gran avance ayudado por la innegable motivación que las TIC a casi todos nos producen, con su dinamismo y posibilidades de interacción didáctica y autoevaluación instantánea, así como será agradecido por nuestra sociedad y sus administraciones el indudable y coyunturalmente apreciable ahorro que traerán consigo en el actual contexto de crisis económica.
Ahora bien, esta nueva forma más atractiva de prestar el servicio de la enseñanza y transmitir la información, la cual no ha de distorsionar el fondo y la esencia de la docencia, deberá ser una garantía de normalización, proporcionando la usabilidad y accesibilidad a sus contenidos y utilidades. Una garantía de igualdad y el disfrute de un derecho y no el uso de un privilegio.
Para ello será esencial que la legal accesibilidad a los libros de texto, a los materiales didácticos y a los medios de enseñanza que acompañen a los docentes y a los estudiantes en el hermoso camino de la educación, también en favor de los estudiantes que diariamente deben superar su discapacidad, sea más que nunca una obligación ineludible para las administraciones competentes y para los fabricantes y editores de recursos educativos, por lo que los primeros adquirentes respecto de los segundos fabricantes y transmitentes, habrán de exigir y certificar la irrenunciable plena accesibilidad y usabilidad de medios y contenidos. De lo contrario en pleno siglo XXI se cometerá un grave retroceso sobre el apreciable trabajo de normalización educativa desarrollado en las últimas 4 décadas.
Reza un proverbio hindú: “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”.
Por ello eso sí, desde el primer día y sin exclusiones de ningún tipo, de todos depende ahora que los libros de texto digitales realmente sean libros abiertos y contribuyan a mejorar los valores pedagógicos, la equidad y la calidad en la educación, por supuesto sin dar lugar a esperas, perdones ni llantos.
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