En estos últimos años, muchos pontevedreses venimos
añorando no poder hacer uso del Paseo de Valle Inclán, que discurre por encima
del río de los Gafos atravesando buena parte del Barrio de CAMPOLONGO y que,
con acertadas o erradas razones fue cubierto en los años 70 por el Concello de
Pontevedra, seguro con un muy importante desembolso de las arcas públicas que
sin duda privó a los vecinos de la ciudad de otras obras necesarias en aquel
momento.
En este espacio, entre juegos y actividades, aprendimos a caminar, también sobre ruedas, varias
generaciones de pontevedreses y, debo afirmar, que como niño y como padre
disfruté de una gran seguridad en los miles de metros cuadrados plenamente
accesibles de este entorno. Creo que esta sensación que yo hoy afirmo, sería mayoritariamente
corroborada por mis conciudadanos.
Hace unos años surgió la inquietud de volver
a destapar este tramo del río y prolongar una pretendida bucólica senda fluvial,
que si atendemos a su tramo previo deja mucho que desear en accesibilidad,
iluminación, seguridad, mantenimiento y limpieza, al tiempo que no podemos obviar
que el caudal del río genera frecuentes crecidas fuera de sus márgenes en los
meses de invierno.
Considero principalmente que el gran problema
radica en que el barrio ya no conoce su antiguo río y, lo que es más
importante, el río de los Gafos ya no conoce el muy cambiado barrio de CAMPOLONGO,
así, quien decida destaparlo, será responsable de que éste conviva muy cerca de
varios edificios, de un parque infantil recientemente planificado y ejecutado,
y lo que es más preocupante, de cuatro centros escolares de educación infantil
y primaria. Por ello, quien tome esta decisión colectiva, tendría que ser también deudor de sus previsibles
y nefastas consecuencias en caso de suceder alguna desgracia.
No me gusta nada la velocidad del agua ni su
olor a cloaca, cuando asoma tras cruzar bajo la calle General Rubín y, me temo
que esta obra que será causa de uno de los mayores dispendios del actual siglo
en la ciudad, no solo privará a sus vecinos inmediatos de un espacio seguro y
accesible que ahora habrá que poner al servicio de la necesaria ribera, si no
que se convertirá en un lugar de inseguridad para los habituales usuarios del
entorno, que será frecuentemente anegado por las conocidas y contrastadas
crecidas, sucio, también como consecuencia de lo anterior y lleno de mosquitos.
Como conclusión, lamento mucho que hace ya
casi tres años nuestros regidores municipales nos hayan privado de este espacio
bajo el argumento de su alto riesgo de derrumbe, cercando el acceso a todo su
perímetro y demostrándose incapaces de resolver la prioritaria supuesta causa
del inminente peligro. Además, en todo este período de enrejados e impedimentos
del paso, algunas de estas zonas se han convertido en una pocilga impropia de
una ciudad de la tercera década del siglo XXI. Algunos estarán satisfechos por ello:
yo no.